EL LIBERALISMO, IDEOLOGÍA DOMINANTE EN EL SIGLO XIX

El conjunto de transformaciones ideológicas y políticas que se habían desarrollado en Europa y América  entre finales del siglo XVII y el fin del Imperio napoleónico (1815), conformaron una corriente ideológica y una doctrina política que conocemos como liberalismo. Aunque la palabra “liberal” (amigo de la libertad), parece ser que fue acuñada en España, en las Cortes de Cádiz (1812), en sentido amplio el término liberal sirve desde el siglo XIX para denominar un conjunto de ideas que fueron la base y el sustento de los sistemas políticos creados por las revoluciones liberales burguesas.

ASPECTOS POLÍTICO Y ECONÓMICO DEL LIBERALISMO

Además de su contenido político y económico, las ideas liberales se plasmaron también en un modo de entender la sociedad y en una actitud hacia las personas y las relaciones sociales. Asi, en nombre de la razón y del derecho de todo hombre a vivir libre, los liberales concibieron el universo como una inmensa mecánica cuyos engranajes obedecían a leyes naturales.  Consideraban que la sociedad estaba compuesta por individuos y no por órdenes o estamentos, y crearon la doctrina la defensa de la libertad individual. La libertad, que ellos definían como la ausencia de sometimiento a otros, era un bien en si mismo en todos los campos: civil, religioso, político y económico.

La libertad no podía ser limitada por ningún tipo de autoridad, fuera política o espiritual. Defendían la libertad de pensamiento y denunciaban todo intento de limitar la libertad de conciencia y de creencias. Reclamaban el derecho a la libre reunión, a la asociación, a la expresión de las ideas, a la manifestación y a la libertad de prensa. Asi mismo, consideraban que la religión debía ser una convicción  personal y no un asunto de la vida pública. Se podía creer o no en Dios e igualmente ser un buen ciudadano.

 La igualdad ante la ley es lo que más  aspiraban a conseguir, aunque en un comienzo fue  incompleta dado que se refería solamente a igualdad en cuanto al pago de impuestos, y por supuesto al trato a recibir en los tribunales cuando uno era juzgado.

Una de las cosas que quedaba  fuera del pensamiento de los liberales era el voto universal, ya que reservaban el voto solamente a aquellos que eran propietarios, lo que se definía según un censo que se realizaba previamente a las elecciones; es por ello que lo denominamos sufragio censitario.

 

Los liberales rechazaban todo poder absoluto y desconfiaban de los poderes constituidos. Eran partidarios de un régimen parlamentario con garantía de derechos y separación de poderes. Cada uno de los tres poderes (ejecutivo, legislativo y judicial) equilibraba a los otros dos. El poder no podía manifestarse bajo la forma de decisiones arbitrarias que provinieran de una autoridad que se reclamaba de derecho divino.  Los liberales no eran hostiles a la monarquía, siempre que fuera constitucional, y que los monarcas reinaran pero no gobernaran.

El concepto de soberanía nacional fue expuesto por Rousseau en su obra El Contrato Social (1762). Para Rousseau el poder corresponde a la nación, es decir, al conjunto de ciudadanos. Pero los ciudadanos establecen un pacto con el Estado, que queda reflejado en la Constitución. En este pacto los ciudadanos permiten al Estado ejercer el poder en su nombre.

 

Toda decisión debía emanar de una Asamblea elegida por sufragio, que representaba la voluntad general de la nación y para la que defendían una gran cantidad de prerrogativas. La voluntad de la nación debía expresarse mediante la elaboración de leyes y debía ser la ley la que rigiera la vida pública. La Constitución era la gran ley, el marco que regulaba las relaciones entre los ciudadanos de un Estado y garantizaba sus derechos.

Pero además, para el liberalismo, las leyes debían garantizar el ejercicio de las libertades individuales frente al poder del Estado, y se definía la libertad política como el conjunto de garantías del ciudadano ante los poderes públicos. Los liberales deseaban un Estado que respetara las libertades y que hiciera aplicar una ley igual para todos.

 

Los liberales también querían cambiar la organización de la economía. El liberalismo económico es la doctrina que va unida a las revoluciones burguesas y se basó en la teoría expuesta por Adam Smith en su libro La Riqueza de las Naciones (1776).

Defendían la  propiedad privada sin límites y para ello debía crearse un marco legal que amparara al hombre con el fin de que éste obtenga su propia felicidad.

Los liberales deseaban que la actividad económica de rigiera por el principio de libertad económica. Según este, cualquier persona que se lo propusiera y tuviera los medios adecuados debería poder abrir un negocio y tomar las decisiones en cuanto a precios y tipos de productos, jornada de trabajo, etc., que considerara convenientes. Por esta razón, los gremios  que existían en el Antiguo Régimen y que regulaban los precios, la calidad, cantidad de productos y controlaban la competencia,  se consideraban un obstáculo para el crecimiento económico y por ello debían suprimirse.

La  libertad plena de actividades comerciales, solo se lograría sin la intervención del Estado al que estábamos acostumbrados. La industria, el comercio e incluso la contratación de obreros debía ser exclusivamente por decisión del empleador. Aunque el Estado,  sí debería velar por el normal desarrollo de las actividades amparando a los comerciantes, pero no debía incidir en la llamada “libre oferta y demanda“, donde el comercio debía actuar con total autonomía y sobre todo con libre competencia.

(Material Adaptado de: García y Gatell; “”Historia del Mundo Contemporáneo” Vincens Vives).

 

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Profesora Natalia Jawad

    

 

 

 

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